Mataró (Cataluña) y Cagliari (Cerdeña). Moon Ribas y Quim Girón son los creadores de SOTA TERRA. Sus creaciones conjuntas reflejan la voluntad de unir sus disciplinas particulares, la danza y el mundo cíborg de la primera, y el circo contemporáneo del segundo, haciéndolas dialogar con la tecnología actual y los aspectos naturales más primitivos.
La tecnología como medio para comunicarnos con la naturaleza e intentar comprenderla es el prefacio de esta propuesta: se entrega a cada espectador una luz frontal y una pulsera conectada a la red de terremotos que vibra cada vez que ocurre uno. Los frontales que porta cada espectador son la única iluminación del espectáculo. No hay más focos que la luz de los observadores. Como espectador, tienes el poder absoluto sobre el lugar al que miras. Puedes iluminar la escena, los laterales, el techo, incluso el patio de butacas. Como un espeleólogo, está en tus manos el recorrido de la investigación que quieras llevar a cabo durante el espectáculo. Ahora más que nunca, este espectáculo no se puede ver si no hay quien lo mire. La cuestión budista de "si un árbol cae en medio del bosque y nadie lo ve, ¿hace ruido?" cobra toda su potencia aquí.
En escena, solo una capa de tierra que cubre todo el suelo, acompañada del canto de las cigarras. La elección no es casual: las cigarras son pequeños animales que pueden pasar hasta diecisiete años bajo tierra en estado letárgico para, cuando llega el calor y ha transcurrido el tiempo que consideran, renacer y pasarse todo el verano cantando. Aquellos chirridos que escuchamos en los bosques mediterráneos durante los días estivales pueden haber estado enmudecidos plácidamente durante diecisiete años en la oscuridad y humedad telúricas. Y una voz profética, las únicas palabras inteligibles de todo el espectáculo, son las de Ubaldo Sanna, un habitante de Fluminimaggiore (un pequeño pueblo a 80 kilómetros de Cagliari), que, a sus diecisiete años, quizá entre el entierro y renacimiento de una cigarra, descubrió una cueva y, desde entonces, durante 50 años, ha ido prácticamente cada día de su vida.
Un hombre que ha vivido gran parte de su existencia bajo tierra y que equipara esos años a los milímetros de crecimiento de las estalactitas: un milímetro equivale a diez años de vida humana, diez vueltas completas de la Tierra alrededor del Sol. Sanna parece salido del documental La cueva de los sueños olvidados de Werner Herzog: como la cueva Chauvet, las cuevas di Su Mannau lo atraparon y nunca lo dejaron ir. Su instinto se ha sobrepuesto a su intelecto definitivamente.
El descubrimiento de otro mundo al alcance de la mano, un lugar donde la sociedad no ha sido capaz de instalarse ni de hacer estragos, perturba y atrapa impertérritamente o expulsa para siempre a quien lo descubre. Como Sócrates en La caverna de Platón, tanto los científicos de Chauvet como el propio Sanna explican cómo el tiempo se detiene dentro de la cueva, bajo tierra, en las arterias de nuestro planeta. Platón intenta convencernos de que el interior de la Tierra es un engaño, que hasta que no escapamos de la oscuridad y nos ilumina nuestro astro solar no somos capaces de discernir qué es real y qué no. Pero Sócrates queda ciego al exponerse a la luz del Sol. El conocimiento es tal que se hace físicamente insoportable.
En SOTA TERRA, la oscuridad te abduce; no hay miedo, pero sí misterio. La razón lucha por abrirse paso y tratar de comprender lo que ocurre allí dentro, iluminar y explicar cómo se vivía, cuál era la temperatura constante, cuáles eran los motivos para quedarse allí, cómo se crean y conservan las estalactitas y cómo se ha preservado, estático, todo lo que hay dentro. La mente empieza a funcionar hasta que, inevitablemente, se detiene por falta de respuestas. El conocimiento se hace insoportable, pero, en lugar de castigarnos, el deseo habla, los sentidos se sobreponen a la razón, y el cuerpo decide simplemente estar, permanecer en silencio e intentar escuchar el sonido de la cueva, del interior de la Tierra, hasta, como bien dice el científico de Chauvet, llegar a escuchar nuestros propios corazones.
En ese momento llega la comprensión. En la oscuridad más absoluta, las preguntas no necesitan ser respondidas. Es otro mundo, un espacio desconocido al que la sociedad no ha llegado y que persevera en evitar su llegada, en impedir que penetre y pervierta el estado virginal del origen del mundo, de los comienzos de nuestras vidas.
Irene Vicente Salas, 5 de noviembre de 2023