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ESCRIPTURA

VISITA A LOS BRONCES DE RIACE: CONECTAR CON LA HISTORIA A TRAVÉS DEL PROPIO CUERPO

Unidos por la cicatriz del nacimiento en el centro de nuestros vientres, esta es la carretera que nos lleva unánimemente hacia nuestros ancestros hechos de bronce y piedra. Un día, estos hombres fueron carne, o quizá solo partes de ellos. El resto, una invención del ideal humano de su época. Entre Platón y Aristóteles, se configura una imagen absoluta del cuerpo humano: cuál es su forma exacta, cuáles son sus movimientos, cuál su postura. Y con eso, con este dietario minucioso de medidas y posturas, crecemos y nos configuramos a nosotros mismos. Nos reflejamos en posibilidades que se nos presentan como imposibles, aunque, ¡ay!, ¿cómo puede ser? ¡Si todos deberíamos ser así! Y así vamos, seguimos adelante, atravesamos hostilidades, el mundo se nos presenta más amable, las personas más diversas y la singularidad más evidente, hasta que, un día, un grupo de personas decide enfrentar su desnudez terrenal e imperfecta con esta desnudez artística, impasible e ideal. Un grupo entra al Museo Arqueológico de Cataluña y se enfrenta cara a cara, piel contra piel, cuerpo a cuerpo contra el bronce de la Antigua Grecia y la carne contemporánea. Una lucha completamente estéril entre hombres y mujeres de piel descubierta y guerreros de metal sumergidos en el Mediterráneo durante tiempos indefinidos. Y por suerte, la carne es la carne, la realidad es la realidad, y los ideales son ideales. Y así nos lo cuenta la historia, nuestra vida y nuestro día a día. Y la batalla, evidentemente, es ganada por la vida. Porque, ¿quién querría parecerse al bronce, antiguo, frío, liso e impasible? ¿Quién querría abandonar una vida de movimiento, suave, abrazable y libre para convertirse en hierro mojado? Con la batalla, el grupo de pieles descubiertas nos proclamamos defensores de la larga vida de la carne imperfecta, de las barrigas grandes y de las miradas amables que la libertad de la desnudez nos propaga.

BAJO TIERRA, EN BUSCA DE UN TIEMPO TELÚRICO, DE UN ESPACIO ATÁVICO

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Procés descriptura per Sota Terra

¿Qué encontramos cuando hacemos un agujero? ¿Qué hay en esa oscuridad que nadie, excepto el creador del orificio, conoce? Marta Segarra nos explica en su libro CUERPOS AGUJEREADOS cómo todo cuerpo perforado, todo objeto agujereado, ese espacio no descubierto, es el gran desconocido, son las tinieblas, es ese "otro", ese lugar donde nuestro conocimiento no llega, pero que, precisamente por eso, nos atrapa y abduce. La víscera de la curiosidad no permite que el intelecto haga su trabajo. Y así comienza el espectáculo que Moon Ribas y Quim Girón han ideado sobre ese lugar al que accedemos a través del agujero, ese lugar que está bajo tierra. Una investigación en torno a un lugar cercano, pero completamente al revés, donde la población tal como la conocemos no tiene cabida. Una exhibición de lo posible, de esos espacios aún por crear y, por tanto, por inventar: el inframundo, aquello que puede haber debajo de nosotros.
El proyecto Stronger Peripheries selecciona SOTA TERRA como espectáculo que conectará dos ciudades mediterráneas.

Mataró (Cataluña) y Cagliari (Cerdeña). Moon Ribas y Quim Girón son los creadores de SOTA TERRA. Sus creaciones conjuntas reflejan la voluntad de unir sus disciplinas particulares, la danza y el mundo cíborg de la primera, y el circo contemporáneo del segundo, haciéndolas dialogar con la tecnología actual y los aspectos naturales más primitivos.

La tecnología como medio para comunicarnos con la naturaleza e intentar comprenderla es el prefacio de esta propuesta: se entrega a cada espectador una luz frontal y una pulsera conectada a la red de terremotos que vibra cada vez que ocurre uno. Los frontales que porta cada espectador son la única iluminación del espectáculo. No hay más focos que la luz de los observadores. Como espectador, tienes el poder absoluto sobre el lugar al que miras. Puedes iluminar la escena, los laterales, el techo, incluso el patio de butacas. Como un espeleólogo, está en tus manos el recorrido de la investigación que quieras llevar a cabo durante el espectáculo. Ahora más que nunca, este espectáculo no se puede ver si no hay quien lo mire. La cuestión budista de "si un árbol cae en medio del bosque y nadie lo ve, ¿hace ruido?" cobra toda su potencia aquí.

En escena, solo una capa de tierra que cubre todo el suelo, acompañada del canto de las cigarras. La elección no es casual: las cigarras son pequeños animales que pueden pasar hasta diecisiete años bajo tierra en estado letárgico para, cuando llega el calor y ha transcurrido el tiempo que consideran, renacer y pasarse todo el verano cantando. Aquellos chirridos que escuchamos en los bosques mediterráneos durante los días estivales pueden haber estado enmudecidos plácidamente durante diecisiete años en la oscuridad y humedad telúricas. Y una voz profética, las únicas palabras inteligibles de todo el espectáculo, son las de Ubaldo Sanna, un habitante de Fluminimaggiore (un pequeño pueblo a 80 kilómetros de Cagliari), que, a sus diecisiete años, quizá entre el entierro y renacimiento de una cigarra, descubrió una cueva y, desde entonces, durante 50 años, ha ido prácticamente cada día de su vida.

Un hombre que ha vivido gran parte de su existencia bajo tierra y que equipara esos años a los milímetros de crecimiento de las estalactitas: un milímetro equivale a diez años de vida humana, diez vueltas completas de la Tierra alrededor del Sol. Sanna parece salido del documental La cueva de los sueños olvidados de Werner Herzog: como la cueva Chauvet, las cuevas di Su Mannau lo atraparon y nunca lo dejaron ir. Su instinto se ha sobrepuesto a su intelecto definitivamente.

El descubrimiento de otro mundo al alcance de la mano, un lugar donde la sociedad no ha sido capaz de instalarse ni de hacer estragos, perturba y atrapa impertérritamente o expulsa para siempre a quien lo descubre. Como Sócrates en La caverna de Platón, tanto los científicos de Chauvet como el propio Sanna explican cómo el tiempo se detiene dentro de la cueva, bajo tierra, en las arterias de nuestro planeta. Platón intenta convencernos de que el interior de la Tierra es un engaño, que hasta que no escapamos de la oscuridad y nos ilumina nuestro astro solar no somos capaces de discernir qué es real y qué no. Pero Sócrates queda ciego al exponerse a la luz del Sol. El conocimiento es tal que se hace físicamente insoportable.

En SOTA TERRA, la oscuridad te abduce; no hay miedo, pero sí misterio. La razón lucha por abrirse paso y tratar de comprender lo que ocurre allí dentro, iluminar y explicar cómo se vivía, cuál era la temperatura constante, cuáles eran los motivos para quedarse allí, cómo se crean y conservan las estalactitas y cómo se ha preservado, estático, todo lo que hay dentro. La mente empieza a funcionar hasta que, inevitablemente, se detiene por falta de respuestas. El conocimiento se hace insoportable, pero, en lugar de castigarnos, el deseo habla, los sentidos se sobreponen a la razón, y el cuerpo decide simplemente estar, permanecer en silencio e intentar escuchar el sonido de la cueva, del interior de la Tierra, hasta, como bien dice el científico de Chauvet, llegar a escuchar nuestros propios corazones.

En ese momento llega la comprensión. En la oscuridad más absoluta, las preguntas no necesitan ser respondidas. Es otro mundo, un espacio desconocido al que la sociedad no ha llegado y que persevera en evitar su llegada, en impedir que penetre y pervierta el estado virginal del origen del mundo, de los comienzos de nuestras vidas.

Irene Vicente Salas, 5 de noviembre de 2023